El maltrato como norma errónea de crianza


No pretendo convertirme en psicóloga para tomarme la atribución de aconsejarles cómo criar y cuidar a sus hijos. Sin embargo, en mis casi doce años de experiencia como madre, y casi siete consecutivos como maestra, me dan no solo la pauta, sino la certeza de que la violencia por más inofensiva que parezca, no es la vía más adecuada o sana para educar y corregirlos.

Es común escuchar que un par de "nalgadas bien dadas" son capaces de enderezar, así como también, aquellos que provenimos de generaciones antes que los Millenials, justificamos no sólo las nalgadas, sino los chancletazos, latigazos y hasta los reglazos. Creen que fue garantía de haber formado personas de bien, aseveran que "estadísticamente" en otros tiempos hubo menos niños malcriados y por consiguiente, menos antisociales. Lo cierto es que niños berrinchudos han existido desde el inicio del universo, del mismo modo que los criminales, por cierto, hasta mencionados abiertamente y a lo largo de la mismísima biblia.

Estoy a años luz de ser una madre perfecta y modelo, de hecho, eso es una utopía. Los hijos son una escuela de más de 20 años de aprendizaje, diría yo que nunca dejamos de aprender de ellos hasta que el ciclo de la vida se complete, y dejemos de existir, pero sabiendo que hemos dado forma a una preciosa vasija (los hijos) capaz de aportar lo mejor a la sociedad. Durante este periodo incesante de maternidad, me he propuesto a nunca recurrir a la violencia o al amedrentamiento para amonestar a mi hija. Siempre he pensado que el uso de la misma es normalizarla y legitimarla, es tomar una peligrosa antorcha que luego pasas a manos de tus propios hijos, pues sienten que golpear, gritar y amenazar es "normal" y la única forma de hacerles entrar en razón.

Cuando son muy pequeños, los padres solemos frustrarnos porque no sabemos cómo comunicarnos adecuadamente con ellos y pensamos que la manera en que les hablamos va a lograr automáticamente que obren como niños grandes y seguir instrucciones en el primera llamado de atención. Yo no fui la excepción, pero me sirvió mucho tratar de imitar lo que mi hija hacía, y demostrar que era peligroso o incorrecto: por ejemplo, cuando gateaba por la sala, cerca de adornos o cosas puntiagudas o de riesgo como la mesa o tomacorrientes, yo gateaba junto a ella y fingía golpearme o lastimarme y llorar; quizá no evitaría que un futuro ella no se hiciera daño, pues mi objetivo no era librarla de una lección, sin embargo, sabía que eso iba a hacer que lo piense dos veces antes de intentarlo. A pesar de todo lo que puedan imaginar (sobreprotección, especialmente) Paula siguió descubriendo el mundo, y continuó experimentando, pero siempre ha hecho las cosas con cautela.

La gente que me rodea jamás me ha increpado por el comportamiento de mi hija, y no creo ser de esas madres ciegas que mira a través de los ojos de sus insoportables hijos. No ha sido sencillo el trabajo, pues no es fácil armarse de paciencia para poder lograrlo. Las amenazas son detestables, crueles e inútiles, porque enseñamos que a través del miedo se puede persuadir el cambio (forzado) o curso de las acciones, no discernimos que no es ningún mérito que nuestros hijos ejecuten lo que deseamos o lo correcto porque nos temen, sin haber reflexionado sobre sus errores. No hay mejor arma que el diálogo; no va a resultar en el primer intento, ni en el segundo y quizá tampoco en el tercero, todo es un aprendizaje simbiótico, después de cada vez que hemos hablado con ellos, la siguiente hallaremos mejores palabras y ejemplos para ayudarlos a enmendar, y ellos paulatinamente comprenderán las consecuencias de cada equivocación.

Lo único que transmitimos a nuestros hijos al infligir violencia es que la autoridad y la disciplina son válidas a través del maltrato físico y verbal, que los seres que se supone que más los queremos, sus padres, somos capaces de usar tal recurso incompetente para lograr un objetivo. Noten que después de haberle pegado a su hijo o hija, ha vuelto a cometer el mismo error. ¿La razón? Usted no se llenó de serenidad, y por lo tanto, las palabras adecuadas no fluyeron para entablar una conversación eficaz. Inténtelo, y verán la diferencia. Se ganarán los abrazos que pierden cada vez que inyectan temor en ellos...







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