La terapia de mi vida




Nunca he huido de la idea de asistir a terapia psicológica por los motivos que fuere que la necesitase. Todos tenemos issues, nadie crece o vive en un entorno perfecto, pero por diferentes circunstancias, no desarrollamos la fortaleza suficiente para enmendar por voluntad propia los traumas que de ello se derivan. Sin embargo, sí debo ser honesta: nunca antes fui constante, siempre terminaba dejándola, y si hice cuatro sesiones, fue mucho. Este 2020, apenas empezó el año tomé la determinación de completar mi terapia, aún sigo en eso, pero haber dado ese paso y continuar el camino fue definitivamente lo que mi vida pedía a gritos desde hace ya varios años; cuando se declaró la emergencia mundial por la pandemia, supe que este año sería difícil, y no podía permitir que todas las emociones derivadas de todo lo que se vendría debido a la misma, me debiliten o incrementen más mis issues. Mi psicólogo me pareció parco en un principio, quizá porque el resto de sesiones ya empezaron a ser online, pero luego fui comprendiendo que efectivamente se concentraba en ser directísimo tanto en explicarme la raíz del problema encontrado, como lo que debía y no debía hacer para superarlos. Una de las cosas que aprendí a reconocer fue que, a pesar que por ningún motivo veía ni veo a mi madre como una mala persona, no había sanado el sentimiento que había en mí respecto a su sobreprotección. Era algo que tenía muy presente sobre todo desde que me convertí en mamá, pues no quería repetir el mismo patrón con mi hija ya que las repercusiones en mí fueron convertirme en una adolescente insegura e inútil. La frustración que había en mí era urgente de sanar para no estallar de la peor manera, ya sea contra mi madre, contra mí misma o contra mi hija. Usualmente, todo terminaba en peleas con mi mamá pues siempre buscaba que ella entendiera a como de lugar a mi modo, y no hacía consciencia que el espectro de percepción de ella ya no iba a cambiar dado que su patrón de conducta ya era demasiado sólido y su visión de las cosas era ya intocable. A estas alturas ya no había motivo para revolver en qué circunstancias ella creció, pues muy remotamente ella podría tratar y sanar las heridas que no se propuso superar para sanar. Era yo la obligada a tener esa voluntad, sobre todo por mi hija; me chocaba que mi madre aún tratara de manejar a mi hija de la misma manera que me manejaba a mí, lo que derivaba siempre en discusiones, hasta que un buen día, la primera inyección que apliqué fue decirle directamente a ella que respetara que ambas somo totalmente distintas y que yo no estoy criando a mi hija de la misma manera en que ella me crió a mí, la segunda inyección fue aprender a proyectar lo que le había dicho, es decir, ya estaba dejando que sus reacciones me afecten, pero al final le respondía con un "gracias, mamá, por sus consejos" y seguía mi rumbo o continuaba en lo que fuera que estuviera haciendo con mi hija; francamente esto es algo en lo que ya venía trabajando antes de la terapia, ahora que me siento con mayor seguridad de mí misma, es otra mi actitud, e incluso, mi relación con mi mamá ha mejorado muchísimo. Yo tengo una manera muy diferente a ella de ejercer la maternidad, no puedo decir que mejor, pero sí más asertiva, y los lazos y confianza que habían entre mi hija y yo, mucho más afianzados que los que yo tengo con mi mamá, lo confirmaban, y eso le daba satisfacción a mi constante cuestionamiento a mí misma sobre mi rol de madre. Algo que es curioso es que ninguna de esas carencias que habitaban en mí, las proyecté en el padre de mi hija; pero lo más probable es que, su abandono hizo que mi autoestima decayera aún más, haciendo que un par de mis siguientes parejas no fueran elegidas correctamente.

Todo eso obviamente había derivado en algunas relaciones amorosas fallidas y medio tóxicas, pero de todas, la peor fue la última, la más desastrosa de todas; era la total reafirmación de mi falta de amor propio, de las carencias que quería compensar. Eso me llevó a idealizar a un tipo con el que, luego de salir del trance de años en el que estuve mientras me duró el encantamiento, me di cuenta que no había motivos para haber encontrado una cualidad lo suficientemente inquebrantable como para amarlo de la manera en que terminé ejecutando mi amor hacia él: con devoción absurda. Lo único que hacía match entre él y yo era que coincidíamos en gustos musicales, en literatura y visión política y religiosa. El atractivo fuerte para mí era que el tipo en cuestión era un lector voraz, cosa que me enganchaba como a una loca, siempre me han gustado los bookworms y los nerdos. La cereza de todo eso era que cuando él empezó a molestarme, aún estaba casado; me persiguió como desquiciado, me acosó y se lo permití a pesar que me alejaba y ponía todas las barreras que mi voluntad me permitían. Cuando se divorció, acepté estar con él, y la relación avanzó al punto de involucrarme con sus hijos. GRAN ERROR. Y lo digo, no porque sea malo tener una relación con un padre soltero, sino porque yo debí prever que primero tendría que lograr que el sujeto hiciera consciencia del montón de issues que se cargaba pues en caso de una ruptura, yo no tendría que romper lazos con personas inocentes de nuestros errores. Es claro que eso no iba a pasar (que él arreglara sus issues), pues ni siquiera yo había empezado a arreglar los míos, peor iba a lograr que él hiciera algo por sí mismo, así que, terminé clavada de cabeza en la peor relación de mi historia. Un tipo tóxico, manipulador, agresivo y que en dos ocasiones me maltrató físicamente, que cuando le daba el cuarto de hora trataba minimizarme físicamente, que siempre se siente víctima de todos, y con un ego enorme pero con la autoestima por los suelos y que busca aceptación y validación de su persona sin la más mínima voluntad de cambiar los rasgos que lo hacen intolerable para así poder victimizarse; este último rasgo era algo que dos personas habían notado, y que yo preferí cegarme para no dejarlo. Advertencias tuve de varias personas que ya habían sondeado algo del fulano, incluso de alguno de sus amigos que lejos estaba de tener intenciones de involucrarse conmigo, pero eso era lo que él pensaba. Sin embargo yo ya lo había ubicado en una idealización autodestructiva que me impedía cortarlo: sus manipulaciones terminaban haciéndome doblegar a todo lo que él quería, al punto de casi vivir de lleno con él y a apostar por él. Teníamos muchos roces hasta en nuestra visión parental: cuando yo me involucré con sus hijos, intenté ser lo más asertiva que pudiese, pero me era difícil con él al lado, pues es la personificación del desorden, y tampoco tenía autoridad con ellos; usualmente yo lograba manejarlos con mejor tino que él. Lo que menos quería era yo ser la bruja del cuento que los "maltratara" con mis "exigencias" de una casa ordenada; él me acusaba de exagerada, de neurótica, de joder, etc, pero yo no toleraba tanta desidia de su parte, desidia de la que ya sus hijos estaban contagiados, y que yo hacía lo posible por corregir; sin embargo, para él todo se justificaba con sus acusaciones hacia mí y con que él "no se complicaba" como yo y que por eso para él, el orden y tener una casa decente no era importante; obviamente yo era consciente que ellos no tenían la culpa, me atreví a suponer que tampoco tuvieron una guía más asertiva de parte de su mamá, pero indistintamente de eso, yo tuve voluntad de encaminarlos, pero no hubo la misma respuesta por parte del padre, quien esquivaba su responsabilidad orientacional adecuada con ellos acusándome de creerme una madre perfecta. Me aventuré a aceptar meterme en su casa, y cometí el peor error en el trayecto: involucrar a mi hija. Entonces, yo ya prácticamente tenía tres hijos. En algún momento cometí la imprudencia de comentarle a mi mamá que la cama de los dos era solo una base, así que ella se encargó de darnos como regalo un juego de dormitorio completo, porque lo que ella sabía sobre mi relación era que él ya era mi marido y que yo cada vez pasaba más seguido en casa de él, ella ignoraba completamente lo que había detrás. Mis lazos con sus hijos fueron fortaleciéndose incluso más que con él; uno de ellos se encariñó más conmigo, que hasta se pasaba a veces a dormir conmigo en la mañana. Yo los llevaba a la escuela, hasta llegué a asumir el rol de cuasi representante en el plantel e ir a las terapias psicológicas de uno de ellos. Llegué a llevar juegos de vajillas, sábanas, cortinas y el juego de comedor que tenía yo en mi casa pues los de él me desesperaban, por sucios, rotos y descuidados. A pesar de no tener lujos en mi propia casa, me gusta vivir bien, en orden y limpieza, cosa que con él, era imposible. Cabe recalcar que yo quería terminar esa relación desde el 2018, pero la excusa de su comportamiento hacia mí (su ansiedad, según él), y su insistencia en vivir juntos me hicieron desistir. Debí haberlo hecho antes que seguirme involucrando con sus hijos, pues al final, fue por ellos por quienes me quedaba con él y postergaba romper el vínculo; me daba remordimiento abandonarlos, no quería causarles herida alguna o abrir más las que su propia madre ausente ya había hecho. Pero el 2019 fue un año en el que el frágil hilo del que pendía la relación, se siguiría rompiendo. Alguna vez ese año, cometí el error de leer su celular, en el que descubrí que hablaba mal de mí con sus amigos y su ex esposa, y al darse cuenta (pues yo había tomado la decisión de irme), me hizo el drama y el llanto universal y me manipulaba con sus hijos, y como era de suponerse, volví a ceder y no me fui del todo. Cada vez dejaba de ir más seguido; una de mis excusas perfectas era que, como me había dedicado a hacer taxi en mi carro, yo ya estaba más cerca de mi casa y me sentía muy cansada para ir a la suya. Luego me quedé sin carro porque lo vendí, y era mejor excusa aún. A inicios de Enero de este año fue mi último cartucho en gastar en el intento. Sabía que era en vano, pero me retiraba diciendo: "hice hasta lo imposible contigo, pero lo intenté. Me duele en el alma por tus hijos, pero yo tengo una vida por delante y una hija que me necesita entera y no cansada, envejecida y rota". La transición hasta llegar al corte definitivo de todo empezó a darse de progresivamente, pero ya era permanente: Ya no cedía a sus manipulaciones. Me fui a Quito en Febrero y me fui antes del 14 con la excusa de una capacitación que tendría el 15. Para esa época, yo ya me había enterado que se había conseguido a una tipa de como 20 años menos que él, pero ya me afectaba muy poco, peor sabiendo que aún me rogaba para que volviera con él. Y así hasta que llegó la pandemia, momento crucial que me pondría a prueba: el fulano no se cansaba de fastidiarme, de acosarme por mensaje, por mail, de pedirme que regrese con él con el pretexto de la pandemia y que nos perdonáramos todo y empezar de nuevo ya que había algún riesgo de morir, o al menos en ese entonces, todos estábamos en pánico absoluto en todo el planeta. Ninguno de sus mensajes, ni por esas circunstancias por las que tanto me rogó que volviera, dejaron de mostrar sus rasgos explosivos, y yo cada vez respondía menos a sus mails. Hasta que llegó el día en que dejé de llorar, y me daba igual que me enviara cualquier llanto por correo electrónico, incluso insultos en respuesta a mi negativa de volver. Si ni la pandemia me hizo flaquear, ya nada lo haría, eso era evidente.

Otro motivo nuclear por el que necesitaba terapia era por el aborto espontáneo que sufrí. Fue la experiencia más triste que he vivido en mi vida. No, yo no planeaba ni ser madre ni abortar tampoco en caso de llegar a serlo, simplemente yo no sabía que estaba embarazada. Mi gastritis se exacerbó desde el 2019, y este año 2020, mi médico me envió a tomar media pastilla de misoprostol, es decir, 100 mg como tratamiento intensivo. No percibí el embarazo porque tuve dos reglas falsas seguidas, y nunca tuve los síntomas y achaques típicos del mismo; ni siquiera había subido de peso, pues me alimentaba super sanamente y hacía ejercicio todos los días religiosamente. La ingesta paulatina del medicamento me provocó luego de más de una semana de ingerirlo que terminara abortando, momento en el que me enteré de la manera más infausta y físicamente dolorosa que estaba embarazada. Mi tristeza no radicaba en culpa alguna, pues sabía que había sido un accidente, sino en el haber visto el cuerpo entero y bien formado del bebé que expulsé, fue un shock devastador; mi tristeza incrementaba porque mi corazón se estrujaba recordando esas imágenes pues yo sí anhelé volver a ser madre algún día. Mi depresión se acentuó esos meses y mi apetito y mi dieta se alteraron. Tuve periodos de ansiedad, y aún lucho un poco con mi procrastinación. Ahora tengo que trabajar en la frustración de ya no volver a ser madre, pues cuando inicié mi última relación, me dije que si yo ya no podría ser madre hasta los 38 años, tendría que sepultar ese sueño, así que debo aprender a superar aquello. 

¿Por qué doy todos estos detalles? Primero, porque es importante que se suelten de familiares que, por muy buenas intenciones que tengan, les pongan un límite; los lazos familiares no son motivo para sentirse obligado a soportar patrones, o que no compaginan, o que son tóxicos. Segundo, porque idealizar es la peor manera de llevar una relación. Poner expectativas en la pareja, que son producto de la idealización es nocivo, y se la responsabiliza de nuestra infelicidad y nuestros desaciertos, y todo ello nos hace construir un círculo vicioso lleno de telarañas de las que se nos hace difícil salir. Es importante tener claros esos dos motivos porque la paz mental personal por encima de todas las cosas importa, eso implica aprender a decir NO cuando sea necesario sin sentir culpa. Y tercero, porque es importante que la sociedad haga consciencia sobre el aborto, tema del que he hablado abiertamente en todas mis redes sociales; no es un asunto de tomar a la ligera o como método anticonceptivo. El dolor físico a causa de la ingesta de misoprostol es indescriptible, y yo lo sentí lentamente, pues lo confundí con cólicos menstruales, hasta que viví un día infernal de retorcijones que estuvieron a punto de manarme al hospital. Por eso en mis redes sociales expuse mi testimonio, porque quiero que deje de verse a esa pastilla como una solución por encima de una métodos anticonceptivos. 

Sé que aún me quedan varias sesiones por completar, ya faltan pocas, pero ya está recorrido el 80% del camino. Mi autoestima está inmensamente fortalecida en comparación a cómo empecé el año, y ahora, tengo metas mucho más claras. Jamás olvidaré cuando mi psicólogo me preguntó qué admiraba de mi ex pareja, y mi silencio se hizo eterno, pues ahí aterricé y me di cuenta que no había algo en él que yo admirara en sí, y eso me dolió porque a pesar de haber aprendido una valiosa lección con esa relación, también supe que había perdido varios años de mi vida; sin embargo hoy sobrellevo aquello con sosiego. Sé que cuando vuelva a tener una pareja, la habré analizado minuciosamente y la habré escogido, ya no porque coincidamos en gustos, sino porque ambos estemos claros que no estamos para complacer al 100% expectativas ajenas, sino para ser un equipo. Una de las cosas que los coaches, amigos y familia hacen muy mal en su afán de aparentemente subir nuestro amor propio es decirnos que somos "únicos" y que si no nos miran así, nos debemos retirar de ahí. Eso solo eleva el falso ego, y nos empuja a querer manipular a nuestra pareja al punto de que ni siquiera mire la belleza de alguien más, pues lo traducimos de inmediato en un intento de traición. Nadie es imprescindible, todos somos transitorios, y en medida de eso, uno debe formar un equipo, en vez de reducirse a ser un subordinado que vive con el miedo a perder a su pareja por no cumplir sus expectativas. Mi psicólogo me enseñó a lograr identificarme a mí misma, a no cometer errores pasados, a no avergonzarme de esos errores, a no avergonzarme de mi físico, a aceptar mis errores y los nuevos cuando los cometa, a sentirme cómoda con mi cuerpo, a amarme al punto de cambiar mis hábitos alimenticios lo que me ayudó a hacer ejercicios constantemente, a pedir ayuda en mis crisis de ansiedad y momentos de depresión, y con ello, mis lazos con mi madre han mejorado notablemente y con mi hija, ni se diga, ¡con ella somos un equipazo! Yo, hoy sí puedo decir que no me siento "empoderada", sino poderosa, pues aprendí lo más importante: a dominarme y reconocerme en todo ámbito a mí misma...

Comments

Popular Posts