El bienestar de los hijos no es amor sin pan.



Hay momentos en que la psicología resulta útil para el ser humano, otras, es una pérdida de tiempo total. Y uno de esos es cuando de ser madre se trata. Ódienme, amigos psicólogos (tengo varios), sé que se quemaron las pestañas estudiando para poder analizar el comportamiento de cada individuo, y les costó entender a Freud o a Maslow, pero yo sólo sé que la responsabilidad y el amor bien entendidos, hacen de una madre o un padre, un ser humano, aunque imperfecto, capaz de canalizar la crianza y educación de la mejor manera.



Me he atrevido a hablar de este tema, puesto que veo tanto a profesionales de la psicología como a los que se lo autoadjudican sin haber cogido un libro, reprochar masivamente la acción que significa el esfuerzo de padre o madre para proveer a sus hijos de cosas materiales. No creo que el error sea darles comodidad, cosas duraderas y de calidad y hasta un gusto de vez en cuando; el error está en no saber enseñarles cuánto nos costó, no sólo en valor monetario, sino también en el empeño que se ha puesto para conseguir que ellos crezcan con lo mejor que uno puede darles. No hablo de sacrificios que impliquen eximirse de cosas o servicios para uno mismo, tampoco hablo de derrochar el dinero, sino de generar consciencia en nuestros hijos sobre el tiempo y amor invertidos por el bien de ellos.


A lo largo de mi vida, he conocido niños maleducados y caprichosos, que no necesariamente provienen de familias ricas; al contrario, e incluso como maestra que fui, he lidiado con niños y adolescentes de clase media y pobre, y con base en ello, puedo decir que el problema no es darles todo o lo mejor que podamos, sino darles lo material como compensación al tiempo que no les otorgamos, porque creemos que ello suple nuestra ausencia. Demostrar que nos esforzamos en darles lo mejor, incluyendo actividades junto a nuestros hijos, les da seguridad, paz y bienestar porque saben que tienen padres que les aman. Y todo ello no se apoya en el la idea sobre que lo material nunca importa, sólo el amor. Esa es una farsa que los conformistas nos han vendido todo el tiempo, pues no creo que un niño se sienta mejor tan sólo con abrazos mientras duerme en la calle, no tiene qué comer y no puede estudiar. ¿Se entiende a dónde quiero llegar? De lo material que se les provee, no depende que ellos sean buenas o malas personas, sino del ejemplo que en muchos ámbitos se les puede dar. Por ejemplo: Vas a hacer unas pequeñas compras al supermercado, y estás tentado en comerte algo sin pagarlo y le mientes diciendo que mientras lo pagues en caja no hay problema. Lo haces, tu hijo ve aquello y pensará que es "normal" comerse algo sin pagar. Ese tipo de actitudes proviene de cualquier estrato social.


Venderles a nuestros hijos el mediocre pensamiento típico de "lo único que importa es que estamos vivos/tenemos el amor de nuestra familia/arrópate hasta donde te da la sábana", sólo hace que crean que las cosas lloverán del cielo, que lo poco que tienen son "bendiciones" y por ello deberán rezar, y así crecerán, pensando en que nada cuesta. Nada de esto significa que hay que darles el antojo que ellos piden a la hora que lo piden, o lo más caro del mercado, sólo apunto a invertir en ellos y a reflexionar en la crítica que se emite a los padres que se esfuerzan por sus hijos. Como lo mencioné antes, para evitar que ellos piensen que los padres son simples proveedores, es necesario que valoren con suficiente consciencia que lo material que se les da, no es desechable, que no lo obtendrán dos veces y deben cuidarlo, y cuando no lo hagan, no sucumbir ante el llanto para que les vuelvan a dar de inmediato lo que destruyeron. Deben saber que papá y mamá dan todo con amor, pero son ellos quienes retribuirán ese amor, cuidando lo que les dieron y que ayudando a que les dure, papá y mamá tendrán una preocupación menos, además de otras reglas básicas que tienen que cumplir para una convivencia en armonía.

Se me encoge el corazón cuando escucho a muchas personas decirles a sus hijos "arrópate hasta donde da la sábana" cuando ellos les hablan de sus sueños o de sus metas. Si bien es cierto, cuando ya somos adultos, la responsabilidad de sacudirnos de las taras que nos inculcaron nuestros padres es totalmente nuestra, el poder de las palabras no es de subestimar. Las palabras alientan, impulsan, animan, o humillan, minimizan y desincentivan. Por eso, cuando escuches a tu hijo o hija que quiere tener un auto moderno, o llegar a ser una estrella de Hollywood, en vez de desinflarlos diciéndoles que no hay cómo, diles que lo lograrán, y que para ello, tienen que trabajar arduo y jamás desmayar. Se los digo yo, que para entender que, lo que mis padres hicieron, por muy buenas intenciones que tuvieron, tuve que convertirme en madre para sacudirme muchos de esos cucos que me limitaron. Nunca, nunca críen hijos conformistas. La ambición no es un mal sentimiento si se maneja adecuadamente, ni excluye al amor o solidaridad hacia los demás.


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